miércoles, 6 de noviembre de 2013

Antonino Pío

 

Fué un emperador romano, nació el 18 de septiembre del año 86 después de cristo en Lanuvio (cerca de Roma) y murió en Lorio el 7 de marzo de 161.

Pasó la mayor parte de su juventud en Lorio, que estaba a sólo 12 millas de Roma. Más tarde construyó allí una villa a la que se retiraba con frecuencia, para descansar de las preocupaciones y en la que murió a los setenta y cinco años. Entró muy joven a la vida pública, y luego ejerció el oficio de pretor, se convirtió en cónsul en 120, a la edad de treinta y cuatro años. Poco después de expirar su consulado, Adriano lo eligió como uno de los cuatro varones de rango consular, que colocó en los cuatro distritos judiciales (en los que estaba entonces dividida Italia). Antonino fue después procónsul en Asia, donde sus notables cualidades
administrativas atrajeron la atención del emperador que le admitió al "Consilium Principis” a su vuelta a Roma. Tras la muerte de Lucio Elio Cómodo Vero, Adriano adoptó a Antonino como su sucesor con la condición de que él, a su vez, adoptase como sus hijos y sucesores a Marco Annio Vero y Elio Lucio Vero. En su adopción (el 25 de febrero de 138) Antonino cambió su nombre a Tito Elio Adriano Antonino. Compartió el poder imperial con Adriano hasta su muerte (el 10 de julio) fecha en que quedó como emperador único.

Los historiadores en general alaban el carácter de Antonino, el éxito y bendiciones de su reinado. Su concepto de los deberes de su oficio era elevado y noble y el ejercicio de ese poder casi ilimitado puesto en sus manos lo distingue como un hombre completamente dedicado a los intereses de la humanidad. Su reinado fue sin duda el más pacífico y próspero en la historia de Roma. No se iniciaron guerras, excepto las necesarias para guardar las fronteras del Imperio contra la invasión o para reprimir las insurrecciones. La paz y prosperidad internas no fueron menos notables que la ausencia de guerra. La notable vida municipal en este tiempo, cuando nuevas y florecientes ciudades cubrían el mundo romano, se revela en las numerosas inscripciones que registran la generosidad de ricos mecenas o la actividad de los ciudadanos libres. La actividad del emperador no se limitaba a los actos oficiales.

Hablando de religión, Antonino era profundamente devoto al culto tradicional del Imperio. No tenía el escepticismo de Adriano ni el ciego fanatismo de su sucesor. En su trato con los cristianos, Antonino no fue más allá de mantener los procedimientos establecidos por Trajano, aunque su firme devoción a los dioses nacionales no falló en hacer un contraste desfavorable con la conducta de los cristianos. En los documentos de esa época hay muy pocas indicaciones de la actitud del emperador hacia sus súbditos cristianos. El más valioso es el del obispo cristiano San Melitón de Sardes. La mayoría de los críticos ahora consideran el edicto que se encuentra en Eusebio como una falsificación hecha en la segunda mitad del siglo II.



La muerte de San Policarpo, obispo de Esmirna, en el año 155 ó 156, muestra cómo un procónsul romano, se dejó arrastrar por el clamor popular. Las páginas de los apologistas contemporáneos, aunque carecen de detalles, recogen pruebas suficientes de que la pena capital se aplicaba con frecuencia. La actitud pasiva de Antonino tuvo no poca influencia en el desarrollo interno del cristianismo. La actitud tolerante del emperador hizo posible una amplia y vigorosa actividad por parte de los obispos cristianos, una de cuyas evidencias es la institución de sínodos o concilios de los líderes cristianos, primero realizados a gran escala.

Lorea Arregui

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